Más de un ministro alemán confiesa que evita estar en la misma habitación que el embajador de Ucrania en Berlín, Andriy Melnyk, por precaución, por no decir miedo. Desde que comenzó la invasión de Ucrania, se encarga todos los días de sacar los colores a la hipocresía de la clase política alemana y lo hace en términos muy poco diplomáticos. Su última referencia al canciller Olaf Scholz, a través de las redes sociales, ha sido una comparación con la «salchicha de hígado», producto cárnico especialmente flácido, en una de sus intervenciones de reproche por el hecho de que Alemania no esté apoyando con más decisión a la resistencia contra Putin.
El tono es tan desacostumbrado en la política teutona que los afectados quedan paralizados. «Plantar cara al embajador de Ucrania es hoy igual a ponerse del lado de Putin y eso tampoco lo puedes hacer, así que quedamos indefensos ante sus críticas, es muy incómodo», se queja un ministro verde. «Alemania es uno de los países que más ayuda financiera presta a Ucrania y, sinceramente, este trato no es ni merecido ni aceptable», se indigna por su parte el socialdemócrata Michael Roth, presidente de la Comisión de Exteriores del Bundestag, al que Melnyk se ha referido, por cierto, como «gilipollas integral».
El pueblo se divierte
«Me produce frustración y cada día abro Twitter temiendo que haya dicho algo», confiesa un responsable de comunicación. La precisión de su alemán y la elegancia de su estilismo contrasta con sus maneras, que irritan a todos los partidos, mientras que al pueblo alemán parece divertir que alguien se atreva a la incorrección. «Está bien que alguien les cante las verdades a todos esos estirados», ha celebrado el carnicero Walter Adam, de Herxheim, que desde el Palatinado ha enviado a la Embajada de Ucrania una remesa especial de sus salchichas de hígado.
Para el embajador, el tono es perfectamente apropiado. «¿Qué es lo que esperan oír? ¡En mi país mueren personas todos los días!», se justifica. Sus protestas se centran en que, hasta hoy, Alemania se había negado a enviar armas a Ucrania, además del hecho de que las compras de productos energéticos a Rusia, por los que Alemania sigue pagando 106 millones de euros al mes, financian indirectamente la maquinaria militar de Putin.
«¿Qué es lo que esperan oír? ¡En mi país mueren personas todos los días!», se justifica Melnyk
Pero sus quejas van mucho más allá. «El 5 de septiembre de 2015 lloré. Fue el día en que Alemania y Rusia acordaron construir el gasoducto Nord Stream 2. Solo un año antes Rusia se había anexionado Crimea y Alemania lo ignoró, ignoró el derribo del MH17 por parte de los separatistas rusos, con casi 300 muertos, para asociarse con Putin», recuerda. Es la vertiente moral de su discurso la que ha forzado un giro radical de la política alemana, que conoce a fondo después de haber ejercido desde 1999 en Viena y desde 2007 en Berlín. «Nací en 1975 como ciudadano de la Unión Soviética en Leópolis», alega, «y seguiré advirtiendo de la insaciable sed de poder de Putin mientras alguien quiera escucharme en Alemania».
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