Elsa Artadi deslizó el jueves por la noche que renunciaba a ser la candidata al ayuntamiento de Barcelona por Junts per Catalunya y ayer en rueda de prensa añadió que dejaba la política por no verse con fuerzas y haber perdido «la energía». En los últimos meses, dijo, había intentado sobreponerse al decaimiento, cumpliendo con sus obligaciones y acudiendo a los actos, pero se ha visto finalmente sobrepasada.
La carrera política de Artadi se ha basado en una mezcla de oportunismo y cobardía, siempre huidiza. Ante los distintos retos que se le han ido planteando, su característica ha sido la renuncia, y siempre tras haber exigido a los demás una valentía de la que a la hora de la verdad ella nunca ha estado a la altura. No ha dudado en recurrir a la deslealtad y al juego sucio cuando ha creído que podía obtener algún beneficio político.
De hecho ni en la misma comunicación de su renuncia tuvo el valor de decir la verdad. Artadi sufre una depresión por la que está siendo tratada. Es estigmatizar las enfermedades mentales mantener el tabú sobre ellas, y más en quien presume de «haberlo dado todo por el servicio público». Un poco más de valentía por su parte, y de honestidad, seguro que habría ayudado a que muchos que sufren esta dura condición se sintieran menos señalados. La ya excandidata tuvo tiempo y fuerzas para reclamar la independencia de Cataluña, por la que nunca ha dado la cara cuando se la ha requerido, pero no fue capaz de asumir su realidad ni de tener un gesto generoso. Una vez más, la propaganda interesada pudo en ella mucho más que la verdad ineludible.
En la elecciones al Parlamento de Cataluña de 2017, convocadas en virtud de la aplicación del artículo 155, se saltó la disciplina de su partido -que entonces era el PDECat, y negoció directamente con Puigdemont un mejor puesto en la candidatura. Cuando éste la propuso de presidenta «efectiva» de la Generalitat, declinó el ofrecimiento por miedo a las represalias. Cuando Quim Torra fue finalmente investido, la nombró consejera de la presidencia, pero abandonó el cargo meses antes de que se hiciera pública la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe al Estado en Cataluña por miedo a las medidas extraordinarias que el presidente Torra pudiera tomar como respuesta –que al final no existieron– y a las consecuencias penales que pudieran tener.
Mientras el artículo 155 estuvo en vigor, Elsa Artadi actuó como coordinadora interdepartamental para su aplicación, recibiendo por su eficacia el reconocimiento público por parte del Gobierno. Roberto Bermúdez de Castro, responsable en la gestión de la intervención de la Generalitat, consideró «fundamental» la labor de Artadi, que cuando terminaba su jornada tantas soflamas de irredentismo pronunciaba en favor de Puigdemont y de la independencia de Cataluña.
Pero su mancha más oscura fueron las falsas acusaciones con que en octubre de 2020 destrozó la carrera política y la vida de su compañero de partido, Eduard Pujol, entonces portavoz de Junts en el Parlament. Artadi, que hacía tiempo que anhelaba este cargo, aprovechó unas denuncias por acoso sexual sabiendo que eran infundadas para ofrecer una rueda de prensa gravemente acusatoria, y filtró a los medios de comunicación la mentira que Pujol iba a ser inmediatamente detenido. Artadi consiguió la portavocía y Pujol tuvo que dejar cualquier vida pública y fue sometido al habitual linchamiento mediático en estos casos, con dramáticas consecuencias personales y familiaries. Hoy podemos decir que no sólo no fue presentada contra él ninguna denuncia sino que es él quien se ha querellado contra los infundios.
En claro contraste con su falta de compromiso político, y de agallas para sostener su discurso con su vida, Artadi no ha renunciado nunca a ningún cargo y durante toda esta legislatura se ha mantenido como diputada y como concejal del ayuntamiento de Barcelona. Nació en Barcelona el 19 de agosto de 1976. Es doctora en Economía por la universidad de Harvard. Durante el día de ayer recibió numerosos mensajes de apoyo. Incluso de los que conociendo su trayectoria cobarde, cínica y oportunista no les ha podido extrañar que su vida haya caído en el sinsentido, en la tristeza y en el vacío.
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