Madrid no será oficialmente la ciudad que nunca duerme, pero en sus calles, bares y tiendas manda el bullicio. A casi cualquier hora. Y aunque los gatos siempre presumen de su capital, el encanto madrileño se extiende más allá de la circunferencia que dibuja la M30, los pueblos de la sierra y la vega del Tajo. También en el sur industrial y los municipios de la campiña del Henares hay rincones por los que merece la pena perderse.
Una catedral imposible
En Mejorada del Campo, a poco más de 20 kilómetros de la capital, está la Catedral de Justo Gallego, un hombre que, sin formación en arquitectura ni proyecto oficial, comenzó en 1961 a construir la obra a la que consagró su vida. Este faraónico templo de 40 metros, sin acabar, está hecho con material reciclado. En sus rincones se acumulan viejos ladrillos, ruedas de bicicleta, botes de plástico y guías de metal, preparadas para seguir construyendo la catedral. El sueño de Justo conquistó a Aquarius, que grabó allí un anuncio en 2005, e incluso al MoMa.
Se puede recorrer su nave principal, la cripta y el claustro. Incluso hay un mirador que permite ver el interior del templo desde arriba y observar de cerca las vidrieras y las cúpulas, que, aunque parezca imposible, llevan décadas en pie. La Catedral de Justo ha resistido incluso al paso de Filomena. Tiene además el encanto de un monumento vivo, ya que Justo Gallego no dejó de trabajar en él hasta el año pasado, cuando falleció a los 96 años de edad. Ahora, el templo está en manos de Mensajeros de la Paz, que ha prometido terminarlo en poco más de dos años.
El pulmón del sur
El Parque de Polvoranca es un oasis verde en el corazón del Madrid obrero. Aunque pertenece a Leganés, está situado también entre Móstoles, Fuenlabrada y Alcorcón. Además de los populares patos del lago, alberga más de 400 especies vegetales y gran variedad de animales. Hay sendas que recorren estos humedales, merenderos e incluso un templete y una pequeña cascada.
Al lado de estos humedales están también las ruinas de la iglesia de San Pedro, del siglo XVII, y el antiguo pueblo de Polvoranca, en abandono, vandalizados y sin protección.
Pasión viviente y palmeras
Si la excursión coincide con la Semana Santa, merece la pena pasar el Jueves Santo en Morata de Tajuña, donde celebran una pasión viviente en la que más de 300 personas viajan en el tiempo hasta la Palestina de hace dos mil años para retratar las últimas horas de Jesucristo.
Para reponer fuerzas, además de torrijas, nada mejor que dejarse seducir por las palmeritas de Morata de Tajuña, pequeñas y jugosas.
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