Lo sucedido durante la última campaña catalana se ha repetido este miércoles en el distrito madrileño de Vallecas: hay territorios de España cuyo título de propiedad se arrogan los radicales y que no pueden pisar quienes no se someten a su totalitarismo. Convocar un mitin en el barrio que Pablo Iglesias dejó atrás para instalarse en Galapagar, como ha hecho este miércoles Vox, ha sido una «provocación». Lo dijo la izquierda, esa mayoría de progreso que pervierte el lenguaje, que legitima el matonismo en defensa de una libertad administrada con métodos mafiosos y que califica de «objetos» los adoquines que los encapuchados arrancan del suelo y arrojan al disidente y el forastero. Vallecas fue este miércoles uno de esos pueblos catalanes en los que los CDR acosaron y atacaron a Vox. Cambian la denominación de origen y el etiquetado, pero la naturaleza política e incívica es la misma. Contra Santiago Abascal, valen las piedras. Son los encapuchados los que deciden quiénes son o no demócratas, y quién entra o no en su pueblo.
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