Los Mossos d’Esquadra nunca han sido el cuerpo de seguridad más ejemplar. Su sometimiento a las directrices del nacionalismo catalán, su politización sistemática y, sobre todo, su indolencia durante los tristes acontecimientos del 1-O han convertido a la Policía autónoma catalana en una víctima de sí misma. Sin embargo, los agentes no son ni mucho menos los máximos culpables de que el cuerpo se haya convertido en un cortijo del independentismo, y lo más indigno que han hecho sus mandos políticos es abandonarlos a su suerte, incluso deslegitimando su necesario papel policial, durante los altercados de estos días en las calles de muchas localidades catalanas. Los Mossos se han convertido en rehenes de una Generalitat delirante que les desprotege. Se les acosa, se les agrede salvajemente, se les denigra, se les veja, y se les insulta por parte de los violentos simpatizantes de Pablo Hasel, pero la consejería catalana de Interior ni siquiera los defiende. Es el mundo al revés.
Este artículo ha sido publicado originalmente en este sitio
